ORIGEN

Rafael Bartolozzi. Una memoria redefinida plásticamente por las emociones vitales.

Cartografía de una memoria

“La globalización del día se salva por los detalles más íntimos” (R.B.)

Entre Navarra y Tarragona, entre Irati y Margodí, entre Bartolozzi y Lozano de Sotés, entre Fra Filippo Lippi y John Cage… el artista Rafael [Lozano] Bartolozzi fue compulsivamente intrusivo en el propio recorrido de la memoria de lo que él llamaba su “extraña” aventura de vivir.

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Las referencias de mi hermano Rafa se movieron en un bascular constante y emotivo, sintiéndose cada vez más religado a un pasado que fue recuperando progresivamente. Su sensibilidad, alegría de vivir y sensualidad se volcaron en la estética de sus obras plásticas desde que empezara a pintar y comenzara la experiencia de la emancipación vital. Porque aunque Rafa siempre, como el resto de los hermanos, quiso inventar y fantasear -recuerdo unos muñecos de papel que recortaba y pintaba para ser además movidos por hilos, que nos sorprendían y divertían por su vivacidad- empezó a plantearse la pintura sin interferencias de otra profesión llegada ya la juventud, tras los inicios de sus estudios universitarios para una futura carrera de Aparejador en Madrid, que fue trocada por la de Bellas Artes en Barcelona.

No era extraño en nuestro ambiente de antepasados y progenitores dedicados al modelado y las reproducciones de esculturas singulares de la historia del arte, a la ilustración de revistas gráficas como La Esfera, Blanco y Negro, Nuevo Mundo, Crónica, y de libros escritos por Ramón Gómez de la Serna o Fernández Flórez, a la escenografía para obras de Valle Inclán o García Lorca, a escribir cuentos infantiles, a dibujar y pintar, y a la enseñanza del dibujo, que conformaron sus genes y su identidad sociocultural. Veíamos en casa las reproducciones y algún original de mi abuelo Salvador Bartolozzi, de la serie Madrid en el Recuerdo realizadas en México D.F., cuya sensibilidad y refinado trazo de expresionistas líneas transgresoras y elegantes con matizados colores, fueron antecedentes de las de Rafa; y leíamos y visualizábamos los cuentos de Pinocho y Chapete de la editorial Calleja o de Pipo y Pipa en Estampa, obras igualmente suyas. También íbamos al taller de reproducciones artísticas de los sótanos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuando en la infancia viajábamos a Madrid, donde los yesos de los vaciados de esculturas de  la antigüedad clásica o de Donatello eran conformados y manipulados por la saga familiar de los Bartolozzi y los Sánchez. Y visitábamos a la tía Paquita, hermana de Salvador, alegre y divertida, amiga de los disfraces, de las chinerías que fue adquiriendo en el rastro con su marido Arturo Arias, igualmente aficionado a los objetos exóticos. Pero sobre todo  convivíamos con los lápices, los pinceles, la cola de conejo, las tintas y los botes de témpera para los dibujos y pinturas de los propios padres, dedicados profesionalmente a dar clases, pintar murales y cuadros, dibujar portadas de revistas, historietas de héroes como el capitán Trompeta, ilustraciones, hacer decorados y figurines de teatro. La cotidianeidad de nuestra casa era ver dibujar a mis padres, Pedro y Pitti (Francis); o acompañarlos en verano a realizar los encargos de murales en edificios civiles y religiosos de Corella, Irati, Eugui, Arnotegui, Eibar y otros lugares de la geografía española, sin olvidar los encuentros por la calle con el pintor Jesús Basiano o cuando venía Gutxi a casa.

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Lozano Bartolozzi antes que Rafael Bartolozzi

“De repente todo está quieto menos la mirada” (R.B.)

Rafa comenzó siendo un artista figurativo que analizaba las formas como ejercicios de observación y búsqueda de expresividad plástica y de un lenguaje propio. Las vistas panorámicas de Pamplona, los paisajes del entorno de la Navarra Media: Sorauren, San Cristóbal… el etno-foklore navarro, que lo conducían a lo que tantas veces nuestro padre dibujó o pintó, fueron sus primeras temáticas además de los retratos y apuntes de todo tipo. Pero ¿dónde se situaba estética y formalmente? Empezó con las ceras, el óleo y el lápiz, deformando figuraciones y construyendo mundos poliédricos postcubistas, desde una memoria local en la que el paisaje elaborado a partir de la naturaleza o las vistas de pueblos y la ciudad de Pamplona eran herramienta de aprendizaje de sus largas pinceladas que formaban y desmaterializaban los volúmenes vazquezdianos y matizaban de luces y sombras las distintas gamas de color logrando siempre armonías inéditas.

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Destaca de estos años el óleo Bueyes, que representa el arrastre de piedra por estos animales, un deporte de zonas rurales como el de los aitzkolaris, muy extendido en el mundo vasconavarro. En la pintura, de tonos vaporosos, con pinceladas superpuestas y evidentes, la yunta de bueyes es conducida por varios aldeanos o arreadores (akullaris) que llevan sus pantalones azules y boinas negras, para arrastrar una pesada piedra. Rafa asocia este deporte con su entorno vasco que definía la identidad de una parte de Navarra y era glosada e investigada por los amigos de la peña literaria, tertuliana y cafeteril de «Pregón» (cuyos componentes participaban en la edición de la Revista Pregón), colaboradores de la Institución “Príncipe de Viana”; entre ellos Tomás López Sellés (Masito), etnólogo e intimo amigo de mi padre, Vicente Galbete, José María Iribarren, Faustino Corella…o el más senior Ignacio Baleztena. Un grupo de amigos e intelectuales, de diferentes procedencias, que rodearon también nuestra infancia. Un detalle imperceptible para algunos es cómo en un dibujo esquemático con un toro, del fascículo que explica el proyecto de una instalación de Rafa en el museo de Navarra sobre el Encierro, realizada simultáneamenzte a la exposición del año 1990 en el mismo museo, escribió a lápiz: “Encierro, Museo –Santo Domingo, El rincón de Pedro y Masito. Ruido. Miedo Antiguo- Amanecer, luz, piedras, suelo, geometría…”. Pues ambos amigos presumían de ver y sentir los toros subiendo por la mismísima cuesta de Santo Domingo arrimados junto a la pared. Además mi padre tenía un buen bagaje de fotografías de estos acontecimientos, que igualmente veíamos en las exhibiciones de la plaza de toros.

La suerte está echada

“Enseñar con entusiasmo tu trabajo a la autoridad competente te convierte en vendedor de sueños” (R.B.)

A las vivencias navarras se unieron las del ambiente de Madrid en el comienzo de los sesenta, visitando las galerías de entonces para admirar a los artistas informalistas del Paso como Antonio Saura o Millares; estas nuevas orientaciones explican el análisis matérico desarrollado en otra pintura temprana: la Virgen de Soterraña o Virgen de Nieva, venerada en varias localidades navarras pero también en Uterga, que Rafa conservó en su colección como recuerdo simbólico de un pueblo igualmente sentido por los padres y hermanos que apreciábamos sus costumbres y ritos, y los amigos que vivían allí. Y las de sus compañeros de la Escuela de Bellas Artes en Barcelona o en San Cugat del Vallés: Llimós, Artigau, Arranz Bravo, con el interés por Tápies o la visita a Salvador Dalí en Portlligat, sin olvidar su admiración por el primer Gordillo. Más las de sus viajes al extranjero: Suecia, Italia, sobre todo Italia, lugar reincidente a lo largo de la vida (no en vano su mujer Nuria Aymamí es también una entusiasta del país más atractivo por la cultura del Renacimiento), Torino, Lucca (los bisabuelos nacieron en Casabasciana, una pedanía de Lucca), y la impactante, según me contaba muchas veces, parada en Orvieto donde los frescos de Lucca da Signorelli, inspirados en la Divina Comedia de Dante, le parecieron una locura artística, con sus desnudos de dinámicos y fantásticos escorzos llenos de expresividad y dramatismo. No olvidemos que él interpretó numerosas veces cuerpos desnudos en versiones pictóricas o escultóricas, que basaban su originalidad en la mezcla de lo explícito con una ambientación surrealizante y bella, en un espacio de colores de gran sensibilidad y efectos luminosos. Pero también le impactó escuchar a John Cage en los Encuentros de Pamplona (1972), en los que además participó, como el grupo ZAJ; o ser amigo de Joan Brossa, creando, con Joan Abelló, el Premio Nacional de Poesía Visual “Joan Brossa” en Vespella, todo lo cual alimentó su vena conceptual.

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Muy pronto se fraguó su versión neofigurativa y Pop Art, sensual y etérea, y se produjeron los éxitos de las pinturas murales en tándem con Eduardo Arranz Bravo, las exposiciones en la sala Gaspar (Barcelona), Vandrés (Madrid), Miguel Marcos (Zaragoza), las ediciones de libros con estampas gráficas, las esculturas públicas y un amplio recorrido nacional e internacional con cambios experimentales de registros plásticos, en una trayectoria cuajada de neosurrealismos diversos que surgieron de su mundo intelectual con algo de psicoanalítico y periférico. Todo un mundo narrativo y onírico en ocasiones semiabstracto con símbolos de germinación, fuerte erotismo y mucha luz gracias a las veladuras y los vivos, sabios y personales colores. Asimismo el apellido de la madre fue el adoptado definitivamente para su firma y más adelante para su hijo Nil.

Pero a su vez amó la naturaleza y cada vez se sentía mejor en los pequeños espacios como Cadaqués y en el bosque mediterráneo de Vespella de Gaiá con su flora y fauna. Así mismo se recreaba en los recuerdos reticentes de su querida Navarra, y su folklore asociado igualmente a las representaciones del ballet Duguna -siendo él junto a su hermano Pedro protagonista de una puesta en escena en los años de la infancia, disfrazados de sapos, en un aquelarre brujeril-, o a los cortejos de salacencos participantes en la romería de la Virgen de las Nieves en el Irati. Además cabe resaltar su entusiasmo por los Sanfermines corriendo en el encierro y viendo los toros desde la adolescencia en la grada del club Oberena que fuera impulsado por don Santos Beguiristain como tantos otros proyectos, entre ellos los de la citada ermita de las Nieves en Irati, pintada por los padres o las pinturas en la ermita de Arnotegui en Obanos (1965), donde ya colaboró Rafael, como podemos observar en el cortejo de Guillén de Aquitania, representándose asimismo como un príncipe del Renacimiento, pues Rafa se autorretrató muchas veces por un cierto narcisismo, con sutiles capas de color. Por eso se consideró un iniciado en el paisaje elaborado y antropizado por él y su familia, gracias a las citadas experiencias que acompañaban a la realización de las numerosas pinturas de los padres, y a sus ilusiones cada vez más simbolistas y no siempre conseguidas que formaban un cordón umbilical en progresiva tensión. Los temas y los “disfraces” se sucedieron, la suite Pamplona en la exposición de la Ciudadela del año 1975, nos dejó la visión mágica de su casa de Pamplona, de los Gigantes y otros temas que tenían el denominador común al plasmarlos en los óleos, del detalle de  una pernera de pantalón y zapatilla corriendo en el encierro, situado en un lateral. Muy diferente ya es el Txistulari pintado en 1986, que con el txistu y el tamboril, parece una ménade de un Scopas transvanguardista, siendo seguramente un nuevo “mercurio” acompañado por el gallo (heraldo del nuevo día), con garabatos que le aportan un áura inmaterial algo angélica. Una diferencia en la que pudo influir la inflexión que supusieron algunos acontecimientos familiares del año 1985, conducentes a sentimientos límites, como la muerte de nuestro padre y el nacimiento de su hijo Nil, o la pérdida posterior de un nuevo hijo en gestación. Ángeles y visiones más trágicas empezarán a poblar un nuevo universo iconológico.  

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Bartolozzi siempre ha observado la realidad transformándola y convirtiéndola en metáfora, y parte de la metaforización del mundo navarro se manifestó en el proyecto de la plaza de la Paz (realizada en 1987) , dejada sin terminar por estériles polémicas corporativistas y de cambios políticos municipales, luego remodelada por él mismo el año 2001. Una intervención encargada por el Ayuntamiento el año 1986,  que supuso un reto no solamente estético sino también urbanístico. El artista insertó elementos escultóricos y arquitectónicos en la encrucijada de dos avenidas, con la creación de un paisaje artístico, si bien durante los primeros años de su realización se alzaba una cornisa azul añil, de fibra de vidrio y estructura metálica de 32 m de largo, sobre dos columnas de hormigón de 12 metros de altura, de cuya parte inferior deberían haber vertido cortinas de agua, en armonía con otras fuentes que constituían un recorrido secuencial de plazas hacia el interior de Pamplona. El conjunto formaba una gran puerta de entrada a la ciudad (años después se eliminó la cornisa y no se llegaron a instalar las cortinas de agua. Las columnas se remataron con sendos cubos de acero inoxidable con la palabra Paz escrita en bajo relieve, y en varios idiomas;). Se suman los dos grandes protagonistas, las esculturas que representan un hombre y una mujer de mármol de Carrara, con estética deconstruida de surrealistas mutilaciones y símbolos oximorianos. Ambas remiten a figuras de la tierra, el hombre como levantador de piedra –deporte vasco-, la mujer como recuperación de la mitología clásica y sus significados, también en los orígenes navarros. Están situadas en sendas isletas. A su alrededor unos tubos metálicos de perfil sinuoso, como los garabatos que se superponían en sus cuadros figurativos a modo de gesto automático y onírico, surtían agua (después fueron eliminados). Completan el conjunto de dimensiones monumentales, cinco txistus/farolas de 8 m de altura, recurso de recuerdo local omnipresente en la obra de nuestro artista, como vamos viendo.

Mientras que la evocación del citado ballet Duguna (1997) dio pie a otra exposición con títulos como Príncipe, Irati y Bailarín pastor, con personajes de leyendas navarras, extraña fauna de dragantes, truchas e insectos y paisajes de húmedos verdes o cálidas atmósferas, donde el erotismo ha sido sustituido por la fertilidad de la boscosa naturaleza, metafóricas representaciones de un bestiario navarro, o una interpretación de mitos y símbolos de un intelecto neoplatónico, enriquecidos por él, con abstracciones a partir de recursos imaginativos de trazos geométricos o campos de color fenomenológicos con fondos espaciales de multiplicidad y versatilidad plástica de cierto barroquismo en el insistente “horror vacui”. No dudó tampoco en vestirse de fraile en Arnotegui, de pamplonica en inauguraciones expositivas, o de roncalés en su boda, a modo de distintas performances secuenciales en recurrentes flashbacks.

Un pasado que se fue oscureciendo y conceptualizando

“Impartiré el silencio más lleno que os pueda dar” (R.B.)

Y la vivencia del pasado, como narración liberadora de conflictos y dramas, y con magia propia, fue cada vez más somatizada, no siendo ajeno a ello el incendio que asoló el municipio de Vespella el año 1993. Palpar que todo lo que antes era vida se podía convertir en un espacio infértil y desolado le marcó profundamente y supuso la presencia del negro, del no color, en su trayectoria sucesiva.  Así emergió con los años un tiempo anterior idealizado, que protegía los fantasmas del abismo de la muerte. Una muerte que fue anunciándose poco a poco, y nos hacía olvidar al saberle pintando y dibujando hasta los últimos días del pálpito vital, como hiciera nuestra madre; para ello Nil, ya artista practicante y más cómplice que nunca, le llevó al hospital una caja de 100 pasteles de todos los colores y papel negro de amapolas, sobre el que realizó sus últimos oxímoros fruto de su minimalismo barroco, experiencia liberadora, descarga de recuerdos y del bullir imaginativo y experto de unas mentes tan proteicas. Por ello las performances festivas y happenings participativos de los primeros años, dieron lugar a su querer descubrirse en objetos reduccionistas, dibujos (acuarelas sobre papel oscuro, con el pulular de seres orgánicos y garabatos de un nuevo cosmos) y sintéticos haikus como los que acompañan a nuestros títulos. Para reencontrarse en una intimidad feliz, que se remontaba a vivencias intangibles más que a descripciones locales, aunque se entremezclaran con ellas. Como en Estiu Ochagavia (2005), dos danzantes ochagaviarras, que habitualmente ofrecen su ritual danza de palos entorno al bobo con colorineros trajes y gorro en forma de cono, el 8 de septiembre junto al Santuario de Nuestra Señora de Muskilda, lugar donde se accede a la selva de Irati; que él ya oscureció en vez de llenarlos de la anterior luz. Porque quizás tomando las afirmaciones del escritor Miguel Fernández Campón, es interesante reflexionar sobre cómo “Retornar al origen es pretender vivir hacia delante a partir de un pasado reinterpretado. [Por lo que] Hemos de caminar hacia la cavidad uterina, y permanecer allí, porque quizá sea allí donde encontremos una esfera de felicidad”.

Lo entendió muy bien José Corredor Matheos cuando escribió: “Bartolozzi está siempre un poco por encima del suelo sin tocarlo. Lo real y la plasmación simbólica de los problemas de nuestro tiempo los encontraremos también; pero en su encarnación, los temas tal como se plantean y son vistos, se sitúan en una zona ideal. La estética está decantada”. Porque Bartolozzi buscaba siempre un paraíso: familiar, artístico, de ángeles celestes o caídos, pues: “El Paraíso es algo a que tenemos perfecto derecho, y la privación a que se nos somete es una injusticia que espera reparación”.

Quizás la reparación que nos aporta Rafa es que entendamos su extraordinaria autocensura estética con lo que ya había alcanzado aunque fuera exitoso, incomprendida para muchos que no aprobaban su alejamiento de la eclosión vitalista lograda con una pintura transparente aunque turbadora, y su empeño en transmitir poco a poco un mundo propio más dramático, aún sin perder la sonrisa, como debe hacer todo artista que quiera ser fiel a sí mismo y a su pasado de fuerzas creativas acrisoladas.

Mª del Mar Lozano Bartolozzi

Catedrática de Hª del Arte

Universidad de Extremadura